Durante mucho tiempo se ha dado por supuesto que Antonio Stradivari (1644-1737) llevó la técnica de construir violines, violas y violonchelos a su máxima perfección y que para ello desarrolló un método secreto. Efectivamente, los instrumentos de Stradivari (su apellido era Stradivari, Stradivarius es la forma latina que hoy se utiliza internacionalmente para referirse a cualquier instrumento suyo) son considerados los mejores jamás construidos, los que mejor sonido tienen y por ellos se pagan precios realmente desorbitados. El 6 de mayo de 2006 la empresa de subastas Christie’s vendió un violín ‘Stradivarius’ por 3.544.000 dólares, la mayor suma pagada por un instrumento musical hasta entonces. En 2010 vendió otro por 3.600.000 dólares pero el récord lo tiene el ‘Lady Blunt’ (todos los violines Stradivarius tienen su nombre, generalmente de un antiguo dueño, tal vez violinista). En 2011 el “Lady Blunt”, construido por Stradivari en 1721, fue subastado por la Fundación japonesa de música y vendido a alguien anónimo por 15.900.000 dólares, el equivalente a 14.550.885 euros actuales. Todas las ganancias se destinaron a ayudar a las víctimas del terremoto y tsunami de Japón de 2011, el del accidente en la central nuclear de Fukushima. El segundo violín más caro se subastó en Nueva York el 9 de junio de 2022, el Stradivarius ‘da Vinci ex-Seidel’ de 1714, vendido por 15.340.000 dólares (14.038.401 euros). Estos dos violines son los instrumentos más caros jamás vendidos.
.
Se lee por ahí que el violonchelo ‘Duport’, construido por Stradivari en 1711 y tocado por Rostropovich, fue subastado en 2008 por 20 millones de dólares pero es falso, sigue estando en posesión de la familia Rostropovich. En 2014 salió a subasta la viola ‘MacDonald’ de 1719. Se esperaba que alcanzase un precio de 45 millones de dólares (unos 33 millones de euros), pero no hubo comprador. En la página de la empresa de subastas Tarisio se pueden consultar todos los Stradivarius vendidos y su precio.
Todos los intérpretes de cuerda frotada desean tocar un Stradivarius. Algunos privilegiados lo tienen en propiedad, otros lo tienen prestado por alguna institución, todos presumen de ello y ya solamente con tenerlo aumentan su caché. ¿Tiene sentido todo esto? ¿Es tan grande la diferencia que hay entre los Stradivarius y los demás instrumentos de cuerda?
Para responder a estas preguntas hay que dejar claro, antes de nada, que en su época Stradivari era respetado como constructor pero era uno más entre los muchos que había en Europa y sus instrumentos no se consideraban los mejores. Un ejemplo: se dice que Arcangello Corelli, uno de los grandes violinistas de la época, se hizo con un Stradivarius pero siguió tocando su Albani hecho en Tirol y su Amati porque le gustaban más. El mito de la superioridad de los Stradivarius comenzó a finales del siglo XVIII, en gran medida gracias a Viotti, violinista italiano que atribuía a su Stradivarius el éxito obtenido en París. El mito se desmadró a mediados del siglo XIX cuando los precios de los Stradivarius empezaron a subir y muchos luitiers empezaron a copiar sus instrumentos. De hecho, puede que entre los 650 violines que se conservan de Stradivari haya alguno que en realidad no es auténtico sino una copia del siglo XIX. Actualmente hay técnicas para datar los materiales pero los lutiers del siglo XIX pudieron utilizar maderas del XVIII. Para saber más sobre la gestación del mito recomiendo la lectura del artículo ‘The Invention of Tradition: The Values of Stradivari Violins‘ de Benjamin Hebbert, experto en violines y graduado en la Universidad de Oxford.
Stradivari construyó unos 960 violines, además de violas, violonchelos, guitarras, etc., en total se calcula que unos 1110 instrumentos. Se ha especulado mucho y se sigue especulando sobre la presunta superioridad de sus instrumentos, con hipótesis a veces de lo más rocambolesco. La más popular es que usaba un barniz cuya fórmula secreta, como la de la Coca-cola, se habría perdido tras la muerte del artesano. Cuenta la leyenda que la escribió en una página de la Biblia familiar y que fue destruida por uno de sus descendientes para que el secreto no cayera en manos de extraños. Sin embargo, el Dr. Colin Gough, investigador de física la Universidad de Birmingham, examinó el barniz con microscopía electrónica y fotografía ultravioleta y en un artículo en 2000 titulado ‘Science and the Stradivarius’ descarta la existencia de un secreto en la composición del barniz.
En 2009 la revista Angewandte Chemie publicó ‘The Nature of the Extraordinary Finish of Stradivari’s Instruments’, un estudio realizado por un equipo de doce investigadores (químicos, lutiers y restauradores) financiados por siete instituciones y que habían trabajado durante cuatro años sobre cinco violines de Stradivari. Estos investigadores utilizaron la luz infrarroja del sincrotrón SOLEIL (ubicado en las afueras de París) para determinar la composición química del barniz, colocado en dos finas capas (no en 8 como decía la leyenda). Las conclusiones fueron que Stradivari usaba un barniz simple, echando por tierra las hipótesis de que usaba sustancias misteriosas. “Antonio Stradivari no ordeñaba abejas del este de Hungría a la luz de la luna llena”, ironiza Jean-Philippe Echard, el químico del laboratorio de investigación y de restauración del Museo de la Música de París. “Descubrimos que Stradivari había empleado componentes comunes y fácilmente disponibles, habitualmente usados por los artesanos y artistas del siglo XVIII”, indican los autores del artículo. La primera mano era a base de aceite, mientras que la segunda utilizaba una mezcla de aceite y resina de pino al que Stradivari añadía distintos pigmentos usados en pintura, lo que explicaría el brillo y la textura de estos violines. “Es la misma técnica que usaban los pintores venecianos o los del norte de Italia para lograr los matices de las encarnaciones o resaltar las riquezas de las pañerías rojas”, subraya Echard.
También es muy popular el mito de que los instrumentos de Stradivari tienen proporciones perfectas, esotéricas, proporción áureas, etc. En 2005 científicos de la Universidad sueca de Mittuniversitetet analizaron la morfología y la acústica de varios de estos instrumentos con métodos sofisticados y no pudieron llegar a ninguna conclusión porque no hay dos Stradivarius iguales. Y es que Stradivari experimentó constantemente: durante unos años hizo violines más largos, después volvió al tipo más corto y ancho de los Amati.
Y la otra razón que se suele argumentar para explicar el misterio de los Stradivarius es la madera. Una poética leyenda afirma que Stradivari extraía sus materiales de los barcos naufragados o de troncos de un río. Una hipótesis muy difundida es lo del clima: la madera que utilizó para fabricar sus instrumentos (arce y abeto) fue talada de árboles que crecieron en un periodo de frío extremo en Europa, un período conocido como el Mínimo de Maunder (entre los años 1645 y 1715). La causa de estas bajas temperaturas fue la mínima actividad que presentó el Sol por la casi desaparición de sus manchas solares. Los inviernos eran tan duros que, por ejemplo, el Támesis se congelaba (también el Ebro lo hizo en siete ocasiones, e incluso el Turia). Estas bajas temperaturas afectaron al crecimiento de los árboles, haciendo que la distancia entre sus anillos fuera más pequeña; es decir, una madera mucho más densa de lo normal que haría más fuertes a los violines. Se puede argumentar, sin embargo, que la madera que utilizaban otros constructores contemporáneos era la misma y que la calidad de sus instrumentos sería entonces semejante a la conseguida por Stradivari.
Otra teoría que sigue teniendo muchos adeptos es la que defiende que el misterio de Stradivari radicaba en los productos químicos que utilizaba para tratar la madera. Esta idea ha sido impulsada y defendida durante décadas por Joseph Nagyvary, profesor de bioquímica de la Universidad de Texas A&M. Para impedir que la madera fuese atacada por carcoma y gusanos, plagas muy extendidas en aquella época, Stradivari, Guarneri y otros constructores trataban la madera con productos químicos agresivos. Esta teoría ha sido respaldada en 2021 por una investigación de la Universidad Nacional de Taiwán dirigida por el propio Nagyvary y publicada en la revista Angewandte Chemie: ‘Materials Engineering of Violin Soundboards by Stradivari and Guarneri‘. Estos investigadores han identificado algunos de esos compuestos, como la sal de boro, el zinc, el cobre, el alumbre y el agua de cal. Según este estudio, la manipulación química condujo a la fragmentación y al reordenamiento de la celulosa de la madera de abeto, lo que pudo contribuir a las cualidades tonales únicas de estos aclamados instrumentos.
Pero de ser verdad esta teoría, se puede argumentar lo mismo que hemos dicho para la influencia del clima en la madera: si estos productos químicos afectan realmente a la calidad del sonido, los instrumentos de otros constructores sonarían prácticamente igual que los Stradivari porque también trataban la madera, tal vez con una mezcla de productos ligeramente diferente.
Pero vamos a admitir que los Stradivarius suenan mejor debido a la combinación especial de productos químicos utilizada por su constructor. Admitamos incluso que los violines de todos los constructores italianos de finales del siglo XVII y comienzos del XVIII suenan mejor que los violines posteriores. Esa diferencia debería notarse, al menos la deberían apreciar los propios violinistas. Pues bien, desde el siglo XIX se han repetido los experimentos y la comparaciones y los resultados, sorprendentemente, nunca han favorecido a los instrumentos italianos antiguos. Por ejemplo, en 2010 durante el Concurso Internacional de Violín de Indianápolis, se llevó a cabo un estudio en una habitación de hotel con 21 violinistas experimentados pero de diferentes niveles que compararon tres violines nuevos con dos Stradivari y uno de Guarneri del Gesu. Los resultados mostraron que el violín preferido era uno nuevo y el menos preferido uno de Stradivari. Sin embargo, el pequeño número de violines y los breves períodos de evaluación (menos de una hora para cada intérprete) dejaron muchas preguntas sin respuesta, la más obvia si los resultados se mantendrían con un conjunto más grande de violines de prueba, un grupo diferente de músicos, períodos de evaluación más largos y condiciones de prueba más reales.
Para enmendar estas imperfecciones, en 2012 un grupo de científicos (entre ellos ingenieros, fabricantes de violines, músicos, etc.) realizó un estudio mucho más riguroso. En este experimento, apoyado por el ‘Centre National de la Recherche Scientifique’ de Francia, la Universidad Pierre y Marie Curie de París y la ‘Violin Society of America’, diez renombrados solistas probaron seis violines italianos antiguos (entre ellos cinco de Stradivari) y seis violines nuevos. Cada violinista tocó con los ojos tapados con gafas de soldador modificadas en dos sesiones de 75 minutos cada una, la primera en una habitación de ensayos y la segunda en una sala de conciertos de 300 butacas cerca de París, a veces con acompañamiento orquestal, ante 55 personas, también músicos, fabricantes de violines, etc. Cuando se pidió a los solistas que eligieran un violín para sustituir al suyo en una hipotética gira de conciertos, seis de los diez eligieron un instrumento nuevo. También se les pidió que valoraran cada instrumento, y el mejor valorado, con diferencia, fue uno nuevo (26 puntos), el segundo mejor valorado fue otro nuevo (13 puntos), el tercero un Stradivari (11 puntos) y de los 4 peor valorados 3 eran Stradivari (con -3, -6 y -9). El público tampoco supo distinguir los Stradivari de los violines nuevos y también valoró mejor los nuevos.
Al año siguiente, en 2013 los mismos científicos llevaron a cabo otro experimento en Nueva York en una sala más grande, la Cooper Union, con 860 butacas y 82 personas de público interesadas en participar. Se compararon tres Stradivarius con tres violines nuevos, sin acompañamiento orquestal. Dos violinistas tocaron con ojos vendados y detrás de una mampara, de forma que ni ellos ni el público pudieran ver qué instrumento estaban usando. Cada solista interpretó con su propio arco los mismos pasajes en cada uno de los seis violines, cada intérprete pasajes diferentes a los demás, fragmentos de conciertos de violín de Chaikovski, Brahms y Sibelius. Aunque tradicionalmente se había atribuido una mayor capacidad de proyectar el sonido a los instrumentos fabricados por Stradivari, según la audiencia los nuevos violines proyectaron el sonido mejor en todos los casos y, pese a que no supo distinguirlos, apreció más el sonido de los nuevos. Los resultados de ambos estudios, presentados en 2017 en un artículo Listener evaluations of new and Old Italian violins de la publicación científica PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences) de EEUU prueban que, tanto los violinistas profesionales como los oyentes, son incapaces de distinguir por su sonido un Stradivarius de un violín nuevo y que prefieren los violines nuevos a los antiguos por un margen significativo. Según este estudio, por tanto, el prestigio de los instrumentos de Stradivari se basa en un mito pues su sonido no es más potente ni más bonito que en instrumentos modernos.
De hecho, cada vez más solistas se están dando cuenta de que los instrumentos contemporáneos pueden sonar tan bien o mejor que los antiguos, y estamos hablando de solistas de primerísima fila como Anne-Sophie Mutter, que tiene un Stradivarius pero también toca en muchos conciertos y grabaciones un violín de 1999 y otro de 2005. Hablamos también de Viktoria Mullova, Maxim Vengerov, Yo-Yo Ma o los Emerson Quartet. Un violinista de este cuarteto, Eugene Drucker, ha confesado que “en un gran espacio como el Carnegie Hall, el Zygmuntowicz (un violín del lutier norteamericano Samuel Zygmuntowicz, nacido en 1956) es superior a mi Stradivarius. Tiene más potencia y pegada”.